Siempre quise ver un volcán. Con 8 años (1971) le pedí a mi padre que me llevara a ver el Teneguía, en La Palma. No pudo ser. Con el tiempo aprendí que el vulcanismo en Canarias se repite de media cada 50 años. Alguno me toca, pensé. Y me tocaron dos, el Tagoro herreño, y el Tajogayte palmero.

El volcán herreño fue submarino. Me quedé con las ganas. El volcán palmero fue alucinante, triste, agobiante, una pesadilla. Fui a la isla a las pocas horas de la erupción. Estuve durante una semana y volví en seis ocasiones.

La mejor y peor experiencia de mi vida. La erupción del Tajogayte fue hipnótica. Dejé de un lado a los pocos días la producción para prensa y me centré en documentar gráficamente el trabajo de INVOLCAN, el Instituto Volcanológico de Canarias. Son geniales. Tienen en esta página web una galería dedicada a ellos.

La erupción del Tajogayte fue terrible. Miles de personas perdieron su vivienda. Su entorno. Su barrio. La memoria ocultada por una avalancha de piedras. Cuando volvía días después, a las zonas por donde avanzaba la lava le preguntaba a las compañeras de INVOLCAN “¿y la rotonda? ¿La casa azul?” Ahí, me señalaban. Un desierto de lava bajo la negra lluvia de ceniza. “The horror, the horror”, la ultima frase de la película Apocalypse Now. Y así era.

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